RICARDO FLORES MAGON: VIDA Y OBRA

SEMBRANDO IDEAS

(HISTORIETAS RELACIONADAS CON LAS CONDICIONES SOCIALES DE MEXICO)

TOMO UNICO
(4. DE LA SERIE)

1926

EDICIONES DEL GRUPO CULTURAL RICARDO FLORES MAGON
APARTADO POSTAL NUM. 1563
MEXICO, D.F.

COSECHANDO

Ricardo Flores Magon

     A la orilla del camino me encuentro un hombre, de ojos llorosos y negro pelo alborotado, contemplando unos cardos que yacen a sus pies. "¿Por qué lloras?," le pregunto, y él me respondé: "Lloro porque hice a mi prójimo todo el bien posible, labré mi parcela con todo empeño, como todo hombre que se respete debe hacerlo; pero aquellos a quienes hice bien me hicieron sufrir, y en cuanto a mis parcelas, faltas del agua que me arrebataron los ricos, sólo produjeron esos cardos que ves a mis pies."

     Mala cosecha, me digo, la que levantan los buenos, y continúo mi marcha.

     Un poco más lejos tropiezo con un viejo que viene cayendo y levantando, encorvada la espalda, triste la vaga mirada. "¿Por qué estás triste?," le pregunto, y me responde: "Estoy triste porque he trabajado desde la edad de siete años. Siempre fuí cumplido; pero esta mañana me dijo el amo: "Estás demasiado viejo, Juan; ya no hay trabajo que puedas desempeñar," y me dió con las puertas en la cara.

     ¡Vaya una cosecha de años y más años de honrada labor!, me digo, y sigo caminando.

     Un hombre muy joven aún, pero a quien le falta una pierna, me sale al encuentro, con el sombrero en la mano, pidiendo "una limosna por el amor de Dios," según él mismo expresa en algo parecido a un gemido. "¿Por qué gimes?," le pregunto, y él me dice: "Madero nos dijo que íbamos a ser libres y felices, con la condición de que lo ayudásemos a subir a la Presidencia de la Républica. Todos mis hermanos, y mi padre mismo, murieron en la guerra; yo perdí la pierna y mi salud, quedando las familias de todos a un pan pedir."

     Esa es la cosecha de los que luchan por encumbrar tiranos y sostener el sistema capitalista, me digo, y sigo adelante.

     A poco andar me encuentro con un grupo de hombres, de flojo andar, de mirada taciturna, los brazos caídos, leyéndose en sus rostros desaliento, y angustia y aun cólera. "¿Qué motiva vuestro disgusto?," les interrogo. "Salimos de la fábrica, dicen, y, después de trabajar diez horas, apenas ganamos para una miserable cena de frijoles."

     No son éstos los que cosechan, me digo, sino sus amos, y continúo mi camino.

     Ya es de noche. Los grillos cantan sus amores en las grietas de la tierra. Mi oído, atento, percibe rumores de fiesta. Me dirijo hacia el rumbo de donde provienen los alegres rumores, y me veo enfrente de un suntuoso palacio. "¿Quien vive aquí," pregunto a un lacayo. "Es el dueño de las tierras que ves en estos contornos, y dueño, además, del agua con que se riegan las tierras."

     Comprendo que estoy al pie de la residenciea del bandido que hizo que en el campo del pobre sólo se produjeran cardos, y, mostrando mi puño a la bella estructura del palacio, pienso: "Tu próxima cosecha, ¡burgués bribón!, tendrás que levantarla con tus propias manos, porque, sábelo, los esclavos están despertando......."

     Y sigo mi marcha pensando, pensando; soñando, soñando. Pienso en la heroica resolución de esos desheredados que tienen el valor de poner en sus manos reivindicadoras en las tierras que, según la ley, pertenecen a todos los seres humanos. Sueño en la alegría de los hogares humildes después de la expropiación; los hombres y las mujeres sintiéndose realmente humanos; los niños jugueteando, riendo, gozando, llenos sus estomaguitos de alimento sano y bastante.

     La rebeldía nos daría la mejor de las cosechas: Pan, Tierra y Libertad para todos.

    

(De "Regeneración," del número 69, fechado el 23 de diciembre de 1911.)