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Manuel González Prada y la prensa del Perú

Joël DELHOM
Université de Bretagne-Sud - ADICORE




Publicado en: Prensa, impresos, lectura en el mundo hispánico contemporáneo. Homenaje a Jean-François Botrel, Jean-Michel Desvois (ed.), Pessac, PILAR-Presses Universitaires de Bordeaux, 2005, p. 363-374.




La obra de Prada (1844-1918) mantiene una relación estrecha con la prensa peruana, donde vio la luz la mayoría de sus escritos, póstumamente recopilados en libros. Desde sus primeros versos, publicados en los periódicos limeños El Comercio, El Nacional y El Correo del Perú en las décadas de 1860 y 1870, hasta los últimos años de su vida, cuando redactó íntegramente La Lucha para oponerse a un dictador, la prensa fue su instrumento predilecto de comunicación con los lectores. Es importante señalar que este aristócrata se dirigió a las clases populares, colaborando aun de 1904 a 1909 en el primer órgano anarcosindicalista del Perú, Los Parias. Por otra parte, fue un activo defensor de la libertad de expresión y un severo censor de un periodismo nacional muy alejado, según su concepción, de la función de educación de las masas y de la crítica del poder.
De la poesía al compromiso social
Se desconoce probablemente una parte de los escritos de Prada publicados en la prensa, debido al frecuente uso de varios seudónimos y del anonimato. Un trabajo sistemático de investigación queda por hacer y nos limitamos a señalar aquí los datos más relevantes. Entre 1871 y 1873, Prada empezó a ser conocido como poeta, escribiendo versos en los primeros números de El Correo del Perú, el principal semanario literario de la época. A partir de 1885, después de la Guerra del Pacífico, publicó artículos y conferencias sobre la actualidad política o literaria, especialmente en La Revista Social, vocero liberal y anticlerical del Círculo Literario, del que Prada fue nombrado presidente en 1887. En La Luz Eléctrica se dio a conocer su «Discurso en el Politeama» y tal vez el famoso ensayo «Propaganda i ataque» en 1888. A fines de la década, escribió en La Integridad, que pasó a ser el órgano del partido Unión Nacional, fundado por Prada en 1891. La primera versión del ensayo «Libertad d’escribir», salió en este semanario en 1889, así como el «Discurso en el Teatro Olimpo». Entre 1891 y 1898, el intelectual residió en Europa, donde editó un libro de ensayos anteriores refundidos, Pájinas libres (1894). A su regreso, escribió en el segundo semanario de la Unión Nacional, Germinal, que fue clausurado por el gobierno en 1899, tras la publicación de un poema satírico de Prada contra el presidente Nicolás de Piérola y de un artículo que denunciaba su política represiva. El escritor replicó sacando «Las autoridades y la Unión Nacional» en hoja suelta.
La Luz Eléctrica, La Integridad y Germinal, así como El Libre Pensamiento, el órgano de la Liga de Libres Pensadores, o La Idea Libre, que también acogieron artículos de Prada entre 1899 y 1903, reunidos casi todos en el libro póstumo Propaganda y ataque (1939), tenían un objetivo de crítica sociopolítica y de educación de clase. En efecto, desde finales del siglo XIX existían vínculos entre algunos dirigentes obreros y la masonería o, de forma más amplia, los grupos de propaganda liberal, los cuales se comprometieron a mejorar la condición intelectual, moral y económica de los trabajadores. Por ejemplo, cabe mencionar las relaciones entre el dentista amigo de Prada, Christian Dam, miembro de la Gran Logia Masónica del Perú, y el panadero Manuel Caracciolo Lévano, uno de los más destacados militantes anarquistas; o las que unían al publicista director de La Idea Libre, Glicerio Tassara, con el grupo que editó el periódico anarcosindicalista La Protesta. La Liga de Libres Pensadores, creada por Dam y de la que Prada fue tal vez uno de los directivos, se dedicaba a la educación popular mediante reuniones públicas en las que participaban intelectuales y trabajadores; por otra parte, Dam fue uno de los miembros fundadores del partido Unión Nacional, cuyo programa ostentaba un claro compromiso social. A partir de 1904, nació una prensa de definida orientación anarquista con Los Parias, La Simiente Roja, El Hambriento, Humanidad, El Oprimido y, en la década siguiente, La Protesta. Aunque se han señalado algunos artículos de Prada en La Simiente Roja, El Hambriento y La Protesta, su actividad periodística más regular y duradera se desarrolló en el mensual Los Parias, que se declaraba favorable al sindicalismo y aspiraba al «comunismo proletario». Entre 1904 y 1909, Prada fue el alma de esta primera publicación ácrata importante del Perú. Sus artículos y poesías fueron esparcidos en varias recopilaciones casi todas póstumas: Presbiterianas (1909), Anarquía (1936), Grafitos (1937), Libertarias (1938) y Prosa menuda (1941). A partir de 1910, Prada parece haberse apartado de la prensa militante. Sólo reanudó su actividad de publicista para denunciar el golpe de Estado de Óscar Benavides, editando su propio periódico, La Lucha, en 1914. Pero el segundo número de esta publicación no pudo ver la luz, debido a presiones ejercidas sobre el propietario francés de la imprenta, y los artículos fueron reunidos después de la muerte del escritor en Bajo el oprobio (1933) y Prosa menuda. La Protesta acogió entonces dos textos que provocaron el cierre del periódico.
Un considerable aporte ideológico
Todos los historiadores mencionan el papel determinante de Prada en la formación ideológica de los trabajadores del Perú, pero la índole de su contribución no fue analizada detenidamente. En un discurso de 1898 en la Unión Nacional, el ensayista ya había presentado a obreros y campesinos como la parte sana del país; a partir de 1902, estrechó sus relaciones con los trabajadores y abandonó su partido, de cuya evolución discrepaba. Es muy significativo de la popularidad que le granjearon sus artículos en la prensa radical, que la Federación de Obreros Panaderos le invitara a pronunciar una conferencia el Primero de mayo de 1905. Su discurso «El intelectual y el obrero», de suma importancia en la historia social del país, abogaba por la unión de todos los trabajadores sin distinción de clase social, en la perspectiva de la futura revolución, y definía el papel limitado que le corresponde al intelectual en su relación con las masas: «Cuando preconizamos la unión o alianza de la inteligencia con el trabajo –decía– no pretendemos que a título de una jerarquía ilusoria, el intelectual se erija en tutor o lazarillo del obrero.» Esta propuesta, que selló la solidaridad entre los jóvenes universitarios y los proletarios, fue más tarde adoptada por Víctor Raúl Haya de la Torre en su Frente de trabajadores manuales e intelectuales. Tomaba en cuenta la especificidad del Perú, cuyo proletariado urbano era muy escaso y el rural se encontraba totalmente marginado, mientras una creciente clase media aspiraba a transformaciones sociales consistentes. Esa primera celebración de la solidaridad internacional de los trabajadores constituyó un hito en la evolución del obrerismo peruano hacia el sindicalismo.
El año siguiente, Prada defendió en un artículo de Los Parias la campaña por la jornada de ocho horas. En esta ocasión, los panaderos habían convocado a un paro general que fue parcialmente logrado. Es interesante subrayar la argumentación de Prada:
Si la revolución social ha de verificarse lentamente o palmo a palmo, la conquista de las ocho horas debe mirarse como un gran paso; si ha de realizarse violentamente y en bloque, la disminución del tiempo dedicado a las faenas materiales es una medida preparatoria: algunas de las horas que el proletariado dedica hoy al manejo de sus brazos podría consagrarlas a cultivar su inteligencia, haciéndose hombre consciente, conocedor de sus derechos y, por consiguiente, revolucionario. Si el obrero cuenta con muchos enemigos, el mayor está en su ignorancia.
El escritor asigna a la autoeducación un valor revolucionario, lo que convierte a todas las medidas que pueden favorecerla en un objetivo válido de lucha, a condición de que no se pierda de vista la meta final. Desde esta perspectiva, más amplia que la puramente económica, romper la alienación individual es una condición sine qua non de la emancipación colectiva. Prada orientaba así el movimiento obrero hacia la línea del anarquismo sindicalista preconizado por Piotr Kropotkin y Fernand Pelloutier, para los cuales las luchas por reformas parciales son ante todo la ocasión de fomentar la huelga general revolucionaria. El artículo que escribió en ocasión del Primero de mayo de 1907 muestra su recelo en cuanto a las movilizaciones por reformas inmediatas, juzgadas bastantes ilusorias ya que no afectan los fundamentos de la explotación:
Si [los trabajadores] conmemoran las rebeliones pasadas y formulan votos por el advenimiento de una transformación radical en todas las esferas de la vida, nada tenemos que decir; pero si únicamente se limitan a celebrar la fiesta del trabajo, figurándose que el desiderátum de las reivindicaciones sociales se condensa en la jornada de ocho horas o en el descanso dominical, entonces no podemos dejar de sonreírnos ni de compadecer la candorosidad de las huestes proletarias.
Prada anticipa aquí la crítica del sindicalismo revolucionario realizada por Errico Malatesta en el congreso anarquista internacional de Amsterdam, en agosto de 1907. Como el italiano, confía más en la solidaridad moral, generada por un ideal común, que en la solidaridad económica; no hace del sindicalismo un fin en sí mismo, ni lo percibe como la prefiguración de la sociedad futura, sino que lo toma como uno de los medios de acción para llegar a la revolución ácrata, la cual sobrepasa ampliamente los intereses de una sola clase y se propone la liberación integral de la humanidad oprimida económica, política y moralmente.
En junio de 1906, Prada publicó un artículo de esclarecimiento ideológico en el cual explicaba las diferencias entre el socialismo, reformista y autoritario, y el anarquismo, a menudo confundidos por los actores del movimiento social peruano. Advertía entonces:
Entre socialistas y libertarios pueden ocurrir marchas convergentes o acciones en común para un objeto inmediato, como sucede hoy con la jornada de ocho horas; pero nunca una alianza perdurable ni una fusión de principios: al dilucidarse una cuestión vital, surge la divergencia y se entabla la lucha.
Insistía, como lo hizo también el año siguiente, en el significado verdadero del Primero de mayo, como celebración del sacrificio de los Mártires de Chicago y no como «glorificación del trabajo». En 1909, lo definía como el día privilegiado para demostrar la solidaridad proletaria en la lucha por la revolución emancipadora y rechazaba sin ninguna ambigüedad cualquier opción reformista y conciliadora, como por ejemplo el arbitraje político en los conflictos laborales:
[...] no incurriremos en la ingenuidad o simpleza de imaginarnos que la Humanidad ha de redimirse por un acuerdo amigable entre los ricos y los pobres, entre el patrón y el obrero, entre la soga del verdugo y el cuello del ahorcado. Toda iniquidad se funda en la fuerza, y todo derecho ha sido reivindicado con el palo, el hierro o el plomo. Lo demás es teoría, simple teoría.
Prada había optado por la acción violenta desde marzo de 1905, tras la sangrienta represión rusa de enero del mismo año, al justificar el atentado terrorista en el artículo «Cambio de táctica». En noviembre de 1906, abogó por la huelga general armada y en mayo de 1908 por el sabotaje. Siempre actuó como aguijón del movimiento obrero, lamentando el conservadurismo y la falta de solidaridad de los sindicatos peruanos, subyugados por la acción política. En dos artículos publicados en enero y febrero de 1906, Prada criticó la estrategia retrógrada y corruptora de la Confederación de Artesanos, tildada de «tenaza del político para coger al obrero» y celebró «la evolución regeneradora» emprendida por los panaderos. Consideraba a los artesanos como aliados objetivos de los explotadores, pero deseaba que tomaran conciencia de su misión social y se unieran a los obreros.
Desde finales de los noventa, Prada también denunciaba el carácter inicuo del capitalismo. En Los Parias, ha enfatizado la desigualdad fundamental que caracteriza la relación de producción moderna y la vuelve inmoral: «Donde hay cambio de dinero por fuerza muscular, donde uno paga el salario y el otro le recibe en remuneración de trabajo forzoso, ahí existe un amo y un siervo, un explotador y un explotado. Toda industria legal se reduce a un robo legalmente organizado.» Muestra que la productividad capitalista transforma al trabajador en máquina de carne y huesos, la forma más acabada de la alienación, y distingue así entre dos concepciones de la actividad productiva, el digno trabajo libre y la vil explotación: «Hombres hay convertidos en algo inferior a las acémilas, en verdaderos aparatos que sólo realizan actos puramente mecánicos. Han perdido todo lo humano y, primero que nada, el instinto de la rebelión.» Asimismo denuncia la duplicidad del discurso ideológico dominante, que tiende a encubrir la realidad para conjurar la legítima violencia revolucionaria: «[...] en las sociedades modernas el letrado y el capitalista explotan al ignorante y al obrero, hipócritamente, predicando la evangélica máxima del amor al prójimo, hablando de libertad, igualdad y fraternidad.» De ahí la importancia de su discurso «El intelectual y el obrero», que busca invertir la alianza de las clases medias instruidas en beneficio de los sectores populares. Por otra parte, el líder del patriotismo revanchista en la década de 1880 se mostró lógicamente internacionalista en su periodo anarquista, pregonando «[...] que el negocio no tiene patria.» En 1905, señaló además los efectos del imperialismo económico estadounidense en el modelo exportador promovido por la oligarquía nacional, anticipando el discurso antiimperialista que prevaleció a partir de los años veinte:
La “Inca Rubber”, merced al decreto oficial que la otorgó trescientas cincuenta mil hectáreas, va constituyendo una especie de feudo, más propiamente dicho, un pequeño Estado yankee en medio del gran Estado nacional. Los americanos de la “Inca Rubber”, que ya establecen aduanas, cobran derechos y monopolizan la venta de alcohol y armas, concluirán por sustituir al cauchero y desalojar al antiguo poseedor de terrenos, quedando como los únicos explotadores de todo lo explotable. En cuanto a los indígenas, les tratarán con esa inefable conmiseración de que dan testimonio los negros y los pieles rojas.
Huelga decir que también influyeron en el movimiento obrero las arremetidas de Prada contra el Estado y la Iglesia, analizados como cómplices activos de la explotación capitalista. En definitiva, el intelectual revolucionario abogó claramente por el comunismo anarquista desde Los Parias.
Virulenta crítica del periodismo
Aparte de la propaganda en dirección de los trabajadores, Prada también ejercitó el ataque contra la prensa. Varios artículos y discursos abordan el papel del periodista en la sociedad desde una perspectiva ética. La cuarta parte del «Discurso en el Teatro Olimpo» ofrece, ya en el periodo 1888-1894, un buen resumen de su pensamiento. Considera entonces que escritores y periodistas, por haber faltado a su deber de crítica, comparten con políticos y militares la responsabilidad de la derrota de Perú frente a Chile, habla de prostitución de la palabra, acusa la prensa de ser «cobarde, venal o cortesana», reprocha al publicista «su improbidad i mala fe», al literato «sus adulaciones i mentiras», concluyendo: «El diario carece de prestijio, no representa la fuerza intelijente de la razón, sino la embestida ciega de las malas pasiones.» Prada atribuye implícitamente un desmesurado poder a la prensa al listar los males que se hubieran podido evitar. El mismo año, en «Propaganda i ataque», vuelve sobre el tema y pregunta: «¿Qué publicista rompe la mordaza de oro? [...] el diarista que inútilmente husmea las migajas del erario nacional, vocifera i ataca: con rarísimas escepciones, sólo hai cortesanos rastreros u opositores despechados.» Define entonces cuál debe ser el papel del intelectual, anunciando asimismo su propio compromiso político e insistiendo nuevamente en el alcance democrático del periodismo:
Ardua tarea corresponde al escritor llamado a contrarrestar el influjo del mal político: su obra tiene que ser de propaganda i ataque. Tal vez no vivimos en condiciones de intentar l'acción colectiva, sino el esfuerzo individual i solitario, acaso no se requiere tanto el libro como el folleto, el periódico i la hoja suelta.
Prada emplea las metáforas médicas del forense y del electrochoque para explicar el papel del publicista en un cuerpo social enfermo. Como la política es una lepra que corroe el organismo peruano, el escritor ha de ser «a la política como el bisturí a la carne fungosa, como el desinfectante al microbio. En compendio –escribe–: el escritor debe injerirse en la política para desacreditarla, disolverla i destruirla.» Al hacerlo prepara al pueblo a la revolución social que se aproxima y lucha por la justicia. Pero se advierte que sin «la indisciplina i la insumisión» que caracterizan al hombre libre, el intelectual no puede ejercer su función.
Para que se pueda practicar la «vivisección moral» que preconiza, Prada defiende el ataque ad hominem a los hombres públicos en el ensayo «Libertad d’escribir» (1889), tomando como modelo al costumbrista satírico español Mariano José de Larra. Presenta la oposición entre vida pública y vida privada como una «invención de los astutos para blindarse el sitio vulnerable», dentro de un marco interpretativo de la política dominado por la idea de corrupción: «Donde l’actividad pública se resume en el choque de intereses individuales, hai que derrocar personas antes d’elucidar principios», arguye. Pese a la distinción aquí expresada, Prada identifica totalmente al hombre con sus ideas o actuaciones y ambiciona perseguir la inmoralidad dondequiera que se esconda. En 1903, en el ensayo «Nuestros licenciados Vidriera», refuta nuevamente el supuesto carácter sagrado de la vida privada: «El que se lanza a la vida pública, hace pública su vida y otorga a los demás el derecho de operar en él una vivisección física y moral.» Prada no teme la generalización de la calumnia porque cree en las virtudes moralizantes de la libertad: «Para elevar el espíritu de una prensa –afirma en «Libertad d’escribir»– no hai remedio mejor que libertarla.» Al revés, achaca las bajezas e inconsistencia, que según él imperan en la prensa peruana, a la carencia de libertad:
Cuando faltan garantías para censurar a las autoridades, cuando en las graves cuestiones políticas, relijiosas i sociales no se puede emitir libremente las ideas, los hombres enmudecen o consagran toda su fuerza intelectual a discusiones insípidas, rastreras i ridículas. Toda prensa con mordaza termina por engolfarse en la pornografía, la lucha individual i el interés casero. El periódico no es ya río que sale de madre para fecundizar el campo, sino mal canalizado albañal que con sus miasmas pestilentes infecta el aire de la ciudad.
Como es de suponer, la prensa de Europa, la británica en primer lugar, y de Estados Unidos le sirve de paradigma. Pero la corrección del texto de 1889, realizada cuatro años después, cuando Prada residía en París, revela que el autor matizó su idealizada valoración inicial. El principio de la frase «En los pueblos más adelantados reina la completa libertad de imprenta [...]» fue transformado en «Siguiendo el ejemplo de Inglaterra, las naciones más civilizadas tienden a eliminar obstáculos para la emisión del pensamiento [...]». Con todo, subraya que la República peruana ofrece menos libertad de expresión que las monarquías europeas.
Prada considera que el publicista es un «político pasivo», dada su enorme influencia, y por consiguiente, no lo exime del examen público de su vida privada. En el ensayo «Nuestro periodismo», explica que este poderío reside en la capacidad del diario de ejercer en el pueblo una propaganda insistente. «Más que el sacerdote, el periodista ejerce hoy la dirección espiritual de las muchedumbres», afirma Prada, basándose en los trabajos sobre la opinión del sociólogo francés Gabriel Tarde. De ahí la responsabilidad moral del publicista en las sociedades de reducida y desigual instrucción. Si la influencia individual del periodista parece exagerada, no es el caso de la de la prensa tomada en conjunto. Asombra, aun, la actualidad de su reflexión cuando señala que las nuevas tecnologías de comunicación proporcionan a los medios de información un influjo global uniformador, ejercido por hombres de poca sabiduría (el publicista es un mero «vulgarizador»):
El periodismo tiende, no sólo a formar el alma colectiva de un pueblo, sino la conciencia de la Humanidad. Hoy, merced al telégrafo y al diario, las grandes acciones y los grandes crímenes reciben simultáneamente la glorificación o el vituperio en el orbe civilizado. A cada momento escuchamos latir el corazón del Planeta. Con vivir la vida de todos los hombres, vamos dejando de ser los egoístas vecinos de una ciudad para convertirnos en los generosos habitantes del Universo.
Como piensa en el atraso cultural y político de América Latina, Prada es optimista, aunque también percibe los peligros de manipulación y de pensamiento hegemónico que conlleva el modelo de información globalizada o la ambivalencia intrínseca de una prensa no siempre factor de civilización y progreso:
[...] eliminemos los diarios, y en las naciones más libres surgirán los tiranos más inicuos y más abominables. [...]
Sin embargo, el periodismo no deja de producir enormes daños. Difunde una literatura de clichés o fórmulas estereotipadas, favorece la pereza intelectual de las muchedumbres y mata o adormece las iniciativas individuales.
Prada denuncia el sometimiento servil de la prensa, inclusive de los grandes diarios europeos, a los poderes políticos y económicos. Desde su primer párrafo, el ensayo «Nuestro periodismo» expresa el deseo de que los periodistas moralicen su corporación. Apunta a los principales diarios nacionales (El Comercio, La Opinión Nacional, El Diario y El Bien Social), acusándolos de no cumplir su función de cuarto poder, y agrede a los periodistas venales y pedantes:
Los males causados por la falta de sinceridad y honradez resaltan en los diarios de Lima, casi todos sin opiniones fijas ni claras, defensores sucesivos del pro y del contra, apañadores de los más odiosos negociados fiscales, voceros de bancos, empresas de ferrocarriles, compañías de vapores y sociedades en que imperan el agio y el monopolio.
Irónicamente, sólo reconoce entre los diarios limeños «la marcada diferencia de ayunos y ahítos, o hablando con deliciosos eufemismos, de oposicionistas y gobiernistas». Según Prada, el atraso de la prensa peruana no sólo se mide en relación con Europa, sino que también se puede apreciar en la misma América del Sur, comparándola con La Nación o La Prensa de Buenos Aires y La Ley de Santiago. Esta situación lleva al polemista a concluir el ensayo de forma bastante pesimista: «[...] nos parece que el diario limeño no da esperanzas de evolucionar.»
El ensayo «Libertad d’escribir», elaborado cuando el presidente Andrés Cáceres intentaba reformar la Ley de Imprenta, tira una estocada contra el orden jurídico anticuado del Perú a la vez que se yergue contra los proyectos retrógrados. Prada impugna la Ley de Imprenta de 1823, el Reglamento de Teatros de 1849 y el Código Penal de 1862, que limitan la libertad de expresión, y denuncia las trabas legales para la fundación de un órgano de prensa («la licencia difícil i morosa, la fianza personal, la caución pecuniaria»), que favorecen la autocensura del periodista y la represión de la oposición política. Critica especialmente la Ley de Imprenta como obstáculo a la moralización de los responsables políticos: «¿Hai algo tan ilójico i tan absurdo como penar la injuria merecida i la difamación cuando se prueba la verdad del hecho imputado? [...] El solo hecho de considerarse a la difamación como un delito manifiesta que las leyes sociales se fundan en la hipocresía.» El escritor también trata de laicizar la vida pública denunciando la persecución judicial de la propaganda irreligiosa. Junto a los aspectos políticos, la intolerancia del catolicismo y su influencia en la prensa constituyen argumentos centrales en su alegato por la libertad de imprenta concebida como un requisito fundamental del republicanismo:
[...] seguiremos siendo lo que somos, la forma republicana continuará como frase de lujo en Constitución de parada, mientras el último de los peruanos carezca de libertad para emitir sus ideas o no disfrute de garantías para encararse con el poder i fustigarle por las concusiones, las ilegalidades i las injusticias.
El escritor había probado la eficacia de las medidas legales con la clausura de La Revista Social en 1888 y de El Radical y La Luz Eléctrica el año siguiente. Una década después, Germinal también se quedó sin imprenta. En varios artículos, Prada se indignó del silencio cobarde o cómplice observado por los diarios ante tales violaciones de la libertad de expresión. En 1900, bajo la presidencia de Eduardo López de Romaña, nuevamente fue clausurado un semanario cercano a Prada, El Independiente. Varios presidentes (Romaña, Manuel Candamo, Augusto Leguía) quisieron reformar la Ley de Imprenta entre 1900 y 1908, pero Prada se opuso rotundamente a tales proyectos, considerando que ocultaban la voluntad del gobierno de amordazar aún más la prensa de oposición. Es interesante destacar que en 1902, desde las columnas de La Idea Libre, hizo un llamado a la desobediencia civil para imponer el respeto a la libertad de imprenta:
Sublevémonos contra la Ley, procedamos sin miedo ni contemporizaciones, declarando que no reconocemos delito de imprenta ni autoridades con derecho a entrabar la emisión de las ideas. Lo pensado en la soledad de nosotros mismos, lo cuchicheado en el secreto de la familia, lo murmurado en el círculo de los correligionarios y amigos, debemos escribirlo en el papel, decirlo en la tribuna, pregonarlo en calles y plazas. A la mala Ley de Imprenta, opongamos la buena costumbre de infringirla.
El anarquismo de Prada lo lleva finalmente a adoptar una perspectiva clasista en el análisis de la actuación social de la prensa. Así escribe en 1908 en Los Parias:
Y lo muy curioso, al tratar de la nueva Ley de Imprenta en lo referente a los ataques personales, es que los periódicos más afanados en sancionar el respeto a la vida privada, den los peores ejemplos en materia de respeto a la honra del prójimo. En casi todos ellos existe una sección destinada a cebarse en los desgraciados cogidos por las garras de la policía. [...] A los unos se les trata de ladrones o rufianes; a las otras, de meretrices o terceras. Es la injuria tanto más cobarde y alevosa cuanto más indefensas y humildes son las personas que sirven de blanco.
A la turba, a la
canalla, se la puede insultar; no a la gente de rango, porque los pillos con levita y las zorras con traje de seda van llevando en la frente un letrero que dice: “Nadie nos toque”.

El polemista peruano quiso hacer del periodismo un instrumento de moralización y de democratización de la vida pública, en total independencia de los poderes políticos y económicos. Defendió con ahínco la libertad de prensa desde los semanarios independientes y sufrió la censura por denunciar las lacras morales de su país. Con su prosa incisiva y su crítica todavía de actualidad, Prada figura como uno de los mayores escritores comprometidos de América Latina.

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